miércoles, 9 de febrero de 2011

Decálogo de la niñez (Daniel Calmels)


Cuando un niño se tira no quiere decir que se caiga.


Cuando un niño choca no quiere decir que empuja.


Cuando un niño golpea no quiere decir que lastime.


Si un niño se mueve no quiere decir que sea activo.


Cuando un niño se muestra activo no quiere decir que sea interactivo.


Cuando un niño hace silencio no quiere decir que se calle.


Cuando un niño sueña no está distraído.


Cuando un niño se inmoviliza no quiere decir que esté quieto.


Cuando un niño está solo no quiere que está aislado


Cuando un niño se esconde pide una mirada suave


Cuando un niño consiente no quiere decir que acuerde


Cuando un niño ríe no quiere decir que está contento


Cuando un niño se asombra no quiere decir que está asustado


Cuando un niño pregunta no quiere decir que no sepa


Cuando un niño transgrede no quiere decir que se equivoca


Cuando un niño se equivoca no es un acto de ignorancia


Cuando el tiempo concluye no quiere decir que el niño termina


Cuando un niño dice que no, quiere decir que dice que no.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Registros que dejan marca

No hay dudas de que las palabras constituyen el modo más efectivo e interesante de comunicación entre las personas así como también la fuente más intensa de ambigüedades y malos entendidos; asumir una actitud responsable por aquello que expresamos a través de las palabras en relación a otros y también en relación a nosotros mismos, implica ser conscientes del carácter de marca que tiene cada palabra y enunciado, en nuestras vidas y en las de los demás.
Nos constituimos como humanos siendo nombrados y hablados por otros, que con sus historias de amor y desamor nos alojan, o no, apenas nacemos y aún antes de nacer. Así vamos habitando nuestro cuerpo y los diferentes espacios que comenzamos a andar.
En cada palabra, en cada mirada, en cada gesto, en cada abrazo vamos asumiendo una identidad que nos asemeja a otros y también nos diferencia.
A modo de faro, estas palabras ajenas nos constituyen, orientan los caminos a seguir , el modo de hacerlo, nos brindan seguridad y pertenencia.
Sin embargo muchas veces dichas palabras, también etiquetan y determinan caminos de malestar y padecimiento.
“Es miedoso”, “es igual a mi”, “es lento”, “es gordo y grandote”, “llorón”, “ADD”, son sólo algunos de los enunciados que operan como marcas signado destinos, modos de ser y estar en el mundo, con muy poco margen, a veces, para despegar.
Cierto es que las categorías organizan, ordenan y sistematizan conceptos, pero a la hora de pensarnos humanos y en relación con otros, estas categorías obturan, cierran posibilidades, clausuran la libertad de elegir, de recorrer otras rutas, de cambiar, de probar y asumir por fin el deseo de ser quienes deseemos ser trascendiendo mandatos en los que la mayoría de las veces, no encajamos, precisamente porque no son nuestros.

Entonces, en esta danza que se produce cuando nos disponemos a criar, a acompañar, a enseñar, a hablar con nuestros niños y niñas, es conveniente desarrollar especialmente nuestra capacidad para escucharlos, mirarlos , recibirlos y respetarlos en su singularidad. ejercer la empatía de ponernos “en sus zapatos” evocando nuestra propia infancia y los enunciados que nos marcaron funcionando muchas veces a modo de sentencias.
Ejercitarnos en el diálogo, en propiciar pausas y silencios para que el otro sea, se exprese, interpretar aquello que creemos quieren decirnos, pero no desde la “loca certeza” de un saber total sino desde la oportunidad de brindarles opciones, sentidos posibles que los animen a tejer su propio universo, tejido, por supuesto, en una trama colectiva y social pero con el color y la textura de un hilo personal, único, capaz de hilar tramas creativamente nuevas.
A menudo recibimos a nuestros pequeños alumnos anticipando saberes o hipótesis acerca de qué son y no de quiénes son ( inquieto, desatento, impulsivo, inmaduro, brillante, “aparato”, genio); esta sutil diferencia es en realidad menos sutil que lo que gramaticalmente parece en tanto, por un lado objetiviza lo que debiera ser singular y subjetivo, y por otro marca también modalidades muy diferentes de abordaje.
Cuando un niño se convierte en sindrome ( por ejemplo), solemos perder de vista aspectos vinculares como la empatía y la compasión, para acentuar estrategias de intervención que los anudan a categorías , a “no lugares” de los cuales se hace difícil salir




Lic. Esther Aidenbaum


La infancia

Me conmueve
Me alienta
Me grita
Me despeina
Me libera
Me activa

Me demanda
Me empuja
Me potencia
Me ensordece
Me sorpende
Me cambia
Me habita

Me despierta
Me toca
Me quiebra
Me levanta
Me divierte
Me acerca

Me mira
Me habla
Me espera

Mi corazón se abre, se expande, se oxigena
toda vez que esas pequeñas vidas inmensas
aparecen haciendo ruido en mi camino.