miércoles, 2 de febrero de 2011

Registros que dejan marca

No hay dudas de que las palabras constituyen el modo más efectivo e interesante de comunicación entre las personas así como también la fuente más intensa de ambigüedades y malos entendidos; asumir una actitud responsable por aquello que expresamos a través de las palabras en relación a otros y también en relación a nosotros mismos, implica ser conscientes del carácter de marca que tiene cada palabra y enunciado, en nuestras vidas y en las de los demás.
Nos constituimos como humanos siendo nombrados y hablados por otros, que con sus historias de amor y desamor nos alojan, o no, apenas nacemos y aún antes de nacer. Así vamos habitando nuestro cuerpo y los diferentes espacios que comenzamos a andar.
En cada palabra, en cada mirada, en cada gesto, en cada abrazo vamos asumiendo una identidad que nos asemeja a otros y también nos diferencia.
A modo de faro, estas palabras ajenas nos constituyen, orientan los caminos a seguir , el modo de hacerlo, nos brindan seguridad y pertenencia.
Sin embargo muchas veces dichas palabras, también etiquetan y determinan caminos de malestar y padecimiento.
“Es miedoso”, “es igual a mi”, “es lento”, “es gordo y grandote”, “llorón”, “ADD”, son sólo algunos de los enunciados que operan como marcas signado destinos, modos de ser y estar en el mundo, con muy poco margen, a veces, para despegar.
Cierto es que las categorías organizan, ordenan y sistematizan conceptos, pero a la hora de pensarnos humanos y en relación con otros, estas categorías obturan, cierran posibilidades, clausuran la libertad de elegir, de recorrer otras rutas, de cambiar, de probar y asumir por fin el deseo de ser quienes deseemos ser trascendiendo mandatos en los que la mayoría de las veces, no encajamos, precisamente porque no son nuestros.

Entonces, en esta danza que se produce cuando nos disponemos a criar, a acompañar, a enseñar, a hablar con nuestros niños y niñas, es conveniente desarrollar especialmente nuestra capacidad para escucharlos, mirarlos , recibirlos y respetarlos en su singularidad. ejercer la empatía de ponernos “en sus zapatos” evocando nuestra propia infancia y los enunciados que nos marcaron funcionando muchas veces a modo de sentencias.
Ejercitarnos en el diálogo, en propiciar pausas y silencios para que el otro sea, se exprese, interpretar aquello que creemos quieren decirnos, pero no desde la “loca certeza” de un saber total sino desde la oportunidad de brindarles opciones, sentidos posibles que los animen a tejer su propio universo, tejido, por supuesto, en una trama colectiva y social pero con el color y la textura de un hilo personal, único, capaz de hilar tramas creativamente nuevas.
A menudo recibimos a nuestros pequeños alumnos anticipando saberes o hipótesis acerca de qué son y no de quiénes son ( inquieto, desatento, impulsivo, inmaduro, brillante, “aparato”, genio); esta sutil diferencia es en realidad menos sutil que lo que gramaticalmente parece en tanto, por un lado objetiviza lo que debiera ser singular y subjetivo, y por otro marca también modalidades muy diferentes de abordaje.
Cuando un niño se convierte en sindrome ( por ejemplo), solemos perder de vista aspectos vinculares como la empatía y la compasión, para acentuar estrategias de intervención que los anudan a categorías , a “no lugares” de los cuales se hace difícil salir




Lic. Esther Aidenbaum


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